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¿entienden?, después las subimos rápido por el canal, para que se pudieran comer antes
de estropearse. Si se estropean lo pierdes todo, pero si las vendes bien ganas el doble o
mas.
»Me he pasado más noches en el río que en cualquier otro lugar de mi vida; es mi
cuarto, se puede decir, y este barco mi cuna, aunque en general hasta la mañana no me
voy a dormir. Pero anoche... A veces me daba la impresión de que no era el viejo Gyoll
sino otro río, un río que subía al cielo o corría bajo tierra.
»Dudo que lo hayan notado si no estuvieron despiertos hasta tarde, pero era una noche
tranquila con unas rachas de viento que soplaban lo que dura un juramento, luego se
apagaban y luego volvían a soplar. También había niebla, espesa como algodón. Colgaba
sobre el agua, como hace siempre la niebla, y a nivel del agua quedaba un espacio como
para hacer rodar un pequeño barril. La mayoría del tiempo no veíamos luces en las orillas,
sólo la niebla. Antes yo tenía un cuerno y lo hacía sonar para los que no vieran nuestras
luces, pero el año pasado se me fue por la borda y como era de cobre se hundió. Así que
anoche, cada vez que sentía que se nos acercaba un barco o cualquier cosa, daba unos
gritos.
»Como una guardia después de que empezara la niebla dejé que Maxellindis se fuera a
dormir. Tenía izadas las dos velas, y con cada bocanada de aire remontábamos un poco
el río, y luego volvía a echar el ancla. A lo mejor ustedes no lo saben, optimates, pero la
norma del río es que quien lo sube bordea una orilla y quien lo baja navega por el medio.
Nosotros íbamos subiendo y tendríamos que haber bordeado la orilla este, pero con la
niebla yo no sabía. Entonces oí remos. Busqué en la niebla, pero no veía luces y grité
para que se desviaran. Me incliné sobre la regala y acerqué la cabeza al agua para oír
mejor. La niebla absorbe los ruidos, pero cuando mejor oye uno es cuando mete la
cabeza debajo, porque el ruido corre derecho sobre el agua. Bueno, el caso es que lo
hice, y aquello era grande. Cuando los remeros son buenos no se puede contar cuántas
palas hay, porque se hunden al mismo tiempo y salen todas juntas, pero cuando un barco
grande avanza rápido se oye el agua rompiendo bajo la proa, y aquél era de los grandes.
Me subí a la caseta para tratar de verlo, pero ni así había luces, aunque yo sabía que
estaba cerca.
»Justo estaba bajando cuando la divisé: una galeaza de cuatro palos y cuatro
bancadas, sin luces, remontando el canal, por lo que podía juzgar. Alguien se apiade del
que viene en contra, pensé yo para mí, como dijo el buey cuando se soltó del yugo.
»Claro que sólo la vi un minuto y se perdió de nuevo en la niebla, pero todavía la oí un
rato largo. Verla así me dio una impresión tan rara que me puse a gritar de vez en cuando
aunque no hubiera ningún otro barco por ahí. Habíamos hecho una media legua más, me
supongo, o quizá no tanto, cuando oí que alguien me contestaba los gritos. Sólo que no
era como si me contestara, más bien pedía que le echaran un cabo. Volví a gritar, y cada
vez él me contestaba, y era un hombre que conozco llamado Trason, que tiene un barco
como yo. "¿Eres tú?", me preguntó, y yo le dije que era yo y le pregunté si estaba bien.
"¡Amarra!", me dice él.
»Le dije que no podía. Llevaba almejas, y aunque la noche estuviera fresca quería
venderlas lo antes posible. "Amarra", me vuelve a gritar Trason. "Amarra y bájate. "Así
que yo le digo: "¿Por qué no te bajas tú?" En eso lo veo, y me sorprendió que pudiera
llevar tanta gente, pándores, habría dicho yo, pero todos los pándores que he visto tenían
la cara morena como la mía, o casi, y la de éstos era blanca como la niebla. Tenían
gusanos y escorpiones: se veían las cabezas asomándoles por las crestas de los cascos.
Lo interrumpí para preguntarle si los soldados que había visto parecían hambrientos y
tenían ojos grandes.
Sacudió la cabeza torciendo una comisura de la boca.
 Eran hombres grandes, más grandes que usted o que cualquiera de los que vamos
aquí, le llevaban a Trason una cabeza. El caso es que en un momento desaparecieron,
igual que la galeaza. Fue el único otro barco que vi hasta que se abrió la niebla. Pero... Yo
dije:  Pero vio algo más. O lo oyó.
Asintió.  Pensé que usted y su gente estaban aquí por eso. Cierto, vi y oí cosas.
Había cosas en el agua, cosas que yo no había visto nunca. Cuando se despertó y se lo
conté, Maxellindis dijo que eran manatíes. A la luz de la luna son pálidos y si uno no se
acerca mucho parecen bastante humanos. Pero yo los conozco desde pequeño y nunca
me confundieron. Yhabíavoces de mujer, altas no, pero fuertes. Yalgo más. Yo no le
entendía nada a ninguno, pero oí el tono. ¿Saben cómo es cuando uno escucha gente
hablando sobre el agua? Ellas decían esto y lo otro y lo de más allá. Luego la voz más
profunda  no puedo decir que fuera de hombre porque no lo creo , la voz más profunda
decía ve y haz así y asá. Oí tres veces las voces de las mujeres y dos veces la otra. No
me van a creer, optimates, pero a veces daba la impresión de que las voces salían del río.
Con eso se quedó en silencio, mirando más allá de los nenúfares. Habíamos dejado
bien atrás el trecho del Gyoll que bordea la Ciudadela, pero los nenúfares aún se
amontonaban más densamente que flores silvestres en cualquier llano a este lado del
paraíso.
La Ciudadela misma se veía ya entera, y pese a su vastedad parecía un rebaño
reverberante agitándose en la colina, con las mil torres de metal listas a saltar al aire a la
primera palabra. Debajo, la necrópolis extendía un bordado de trama verde y blanca. Sé
que es de buen tono hablar con leve disgusto de la «insalubre» proliferación de hierba y
árboles en tales lugares, pero yo nunca he observado que fuese algo realmente insalubre. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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