convención de la ciencia ficción...
Así pues, Adzel recibió con alivio, horas más tarde, al sargento, que le decía por la
pantalla del teléfono:
Su, hum, representante legal se encuentra aquí. Quiere una conferencia. ¿Está usted
dispuesto?
Ciertamente. ¡Ya era hora! No es un reproche, oficial se apresuró a añadir el
prisionero . Su organización me ha tratado con corrección y comprendo que está usted
tan ligado a su deber como a la rueda del Karma.
El sargento, a su vez, se apresuró a pasar la conexión.
La imagen de Van Rijn bizqueó sobre un resplandor reproducido con demasiada
fidelidad. Adzel se sintió sorprendido.
Pero..., pero yo esperaba un abogado dijo Adzel.
No hay tiempo para los mercaderes de la lógica replicó su jefe . Nosotros
tenemos nuestra propia lógica, la cortamos y la aplicamos. Tengo que decirte
principalmente que mantengas tu escotilla cerrada herméticamente. No digas ni una
palabra. No pretendas siquiera ser inocente. Legalmente no tienes necesidad de decir
nada a nadie. Ellos quieren ganar tiempo, dejemos que envíen a sus pies planos a
investigar.
Pero ¿qué estoy haciendo yo en esta perrera? protestó Adzel.
Sentarte. Haraganear. Sacarme una buena paga, mientras yo corro de un lado a otro
haciendo que mis viejas y cansadas piernas suden hasta las rodillas. ¿Sabe dijo Van
Rijn patéticamente que durante más de una hora no he bebido nada en absoluto? Y me
da la impresión de que voy a quedarme sin el almuerzo, que hoy iba a ser de ostras
Lindford y cangrejo del Pacífico a la...
¡Pero yo no tengo que estar aquí! gritó Adzel . Mi evidencia... sus escamas
chasquearon contra las fuertes murallas.
Van Rijn consiguió gritar más que él, lo que para un humano era algo asombroso.
¡Calla! ¡Dije que te callaras! ¡Silencio! bajó de tono . Sé que se supone que éste
es un circuito cerrado, pero no me extrañaría que Garver pudiese haber colocado
micrófonos. Guardaremos nuestros triunfos un rato más; como Gabriel, los jugaremos al
final. El triunfo final... Gabriel... ¿Me entendiste? ¡Ja, ja!
Ja dijo Adzel huecamente . Ja.
Tienes intimidad para meditar, muchísimas oportunidades de practicar el ascetismo.
Te envidio. Me gustaría poder encontrar una oportunidad de ganar la santidad como la
que tú tienes ahí. Siéntate con paciencia. Voy a hablar con la gente de Serendipity. Hasta
luego.
Los rasgos de Van Rijn se desvanecieron.
Adzel se acurrucó inmóvil durante largo rato.
¡Pero yo tenía las pruebas! pensó asombrado . Saqué esas fotografías, esas
muestras de los fluidos corporales a David en el castillo... Exactamente como me había
dicho..., la prueba de que él estaba, indudablemente, bajo lavado de cerebro. Le pasó el
material al viejo Nick cuando me lo pidió antes de atracar. Supuse que él sabría mejor que
yo cómo utilizarlo. Porque, ciertamente, eso justificaría mi irrupción. Esta civilización
siente horror por las violaciones de la personalidad. Pero él..., el jefe en quien confié...,
¡no lo ha mencionado!
Cuando Chee Lan y Falkayn, ya curado, volviesen, podrían aclararlo todo, por
supuesto. Sin la evidencia física que había obtenido Adzel, su testimonio podía ser
descalificado. Había demasiadas formas de mentir bajo aquellas drogas y
electropulsaciones que podían usar los interrogadores con los voluntarios: inmunización o
condicionamiento verbal, por ejemplo.
En el mejor de los casos, la situación seguiría siendo difícil. ¿Cómo podría oscurecerse
el hecho de que seres inteligentes habían sido muertos por unos asaltantes ilegales?
(Aunque Adzel tenía más dudas acerca de la lucha que el habitante medio de las
turbulentas fronteras de hoy, en principio no lamentaba demasiado este particular
incidente. Una guerra privada seguía siendo una guerra, un tipo de conflicto que
ocasionalmente era justificable. Rescatar a un camarada de un destino especialmente
siniestro tenía prioridad sobre las vidas de endurecidos guerreros profesionales que
defendían a los raptores de su colega.) El problema, sin embargo, consistía en que las
leyes de la Comunidad no reconocían las guerras privadas. Pero había una buena
oportunidad de que las autoridades se convencerían lo suficiente para liberar, o condenar
y perdonar, a los asaltantes. [ Pobierz całość w formacie PDF ]