señor, que saqué bañadas
las manos en roja sangre,
y que fui por las paredes
como que quise arrimarme,
manchando todas las puertas,
por si pueden las señales
descubrir la casa.
REY: Bien
hicisteis. Venid a hablarme
con lo que hubiereis sabido,
y tomad este diamante,
y decid que por las señas
de él os permitan hablarme
a cualquier hora que vais.
LUDOVICO: El cielo, señor, os guarde.
Vase LUDOVICO
REY: Vamos don Diego.
DIEGO: ¿Qué es eso?
REY: El suceso más notable
del mundo.
DIEGO: Triste has quedado.
REY: Forzoso ha sido asombrarme.
DIEGO: Vente a acostar, que ya el día
entre dorados celajes
asoma.
REY: No he de poder
sosegar, hasta que halle
una casa que deseo.
DIEGO: ¿No miras que ya el sol sale,
y que podrán conocerte
de esta suerte?
Sale COQUÍN
COQUÍN: Aunque me mates,
habiéndote conocido,
o señor, tengo de hablarte.
Escúchame.
REY: Pues Coquín,
¿de qué los extremos son?
COQUÍN: Ésta es una honrada acción
de hombre bien nacido, en fin;
que aunque hombre me consideras
de burlas, con loco humor,
llegando a veras, señor,
soy hombre de muchas veras.
Oye lo que he de decir,
pues de veras vengo a hablar;
que quiero hacerte llorar,
ya que no puedo reír.
Gutierre, mal informado
por aparentes recelos,
llegó a tener viles celos
de su honor; y hoy, obligado
a tal sospecha, que halló
escribiendo --¡error crüel!--
para el infante un papel
a su esposa, que intentó
con él que no se ausentase,
porque ella causa no fuese
de que en Sevilla se viese
la novedad que causase
pensar que ella le ausentaba...
con esta inocencia pues
--que a mí me consta-- con pies
cobardes, adonde estaba
llegó, y el papel tomó,
y, sus celos declarados,
despidiendo a los crïados,
todas las puertas cerró,
solo que quedó con ella.
Yo, enternecido de ver
una infelice mujer,
perseguida de su estrella,
vengo, señor, a avisarte
que tu brazo altivo y fuerte
hoy la libre de la muerte.
REY: ¿Con qué he de poder pagarte
tal piedad?
COQUÍN: Con darme aprisa
libre, sin más accidentes,
de la acción contra mis dientes.
REY: No es ahora tiempo de risa.
COQUÍN: ¿Cuándo lo fue?
REY: Y pues el día
aun no se muestra, lleguemos,
don Diego. Así, pues, daremos
color a una industria mía,
de entrar en casa mejor,
diciendo que me ha cogido
el día cerca, y he querido
disimular el color
del vestido; y una vez
allá, el estado veremos
del suceso; y así haremos
como rey, supremo juez.
DIEGO: No hubiera industria mejor.
COQUÍN: De su casa lo has tratado
tan cerca, que ya has llegado;
que ésta es su casa, señor.
REY: Don Diego, espera.
DIEGO: ¿Qué ves?
REY: ¿No ves sangrienta una mano
impresa en la puerta?
DIEGO: Es llano.
REY: (Gutierre sin duda es Aparte
el crüel que anoche hizo
una acción tan inclemente.
No sé qué hacer; cuerdamente
sus agravios satisfizo.
Salen doña LEONOR e INÉS
criada.
LEONOR: Salgo a misa antes del día,
porque ninguno me vea
en Sevilla, donde crea
que olvido la pena mía.
Mas gente hay aquí. ¡Ay Inés!
El rey, ¡qué hará en esta casa?
INÉS: Tápate en tanto que pasa.
REY: Acción excusada es,
porque ya estáis conocida.
LEONOR: No fue encubrirme, señor,
por excusar el honor
de dar a tus pies la vida.
REY: Esa acción es para mí,
de recatarme de vos,
pues sois acreedor, por Dios,
de mis honras; que yo os di
palabra, y con gran razón,
de que he de satisfacer
vuestro honor; y lo he de hacer
en la primera ocasión.
Don GUTIERRE dentro
GUTIERRE: Hoy me he de desesperar,
cielo crüel, si no baja
un rayo de esas esferas
y en cenizas me desata.
REY: ¿Qué es eso?
DIEGO: Loco furioso
don Gutierre de su casa
sale.
REY: ¿Dónde vais, Gutierre?
GUTIERRE: A besar, señor, tus plantas;
y de la mayor desdicha
de la tragedia más rara,
escucha la admiración
que eleva, admira y espanta.
Mencía, mi amada esposa,
tan hermosa como casta
virtüosa como bella
--dígalo a voces la Fama--
Mencía, a quien adoré
con la vida y con el alma,
anoche a un grave accidente
vio su perfección postrada,
por desmentirla divina
este accidente de humana.
Un médico, que lo es
el de mayor nombre y fama,
y el que en el mundo merece
inmortales alabanzas,
la recetó una sangría,
porque con ella esperaba
restituír la salud
a un mal de tanta importancia,
Sangróse en fin; que yo mismo,
por estar sola la casa,
llamé el barbero, no habiendo
ni crïados ni crïadas.
A verla en su cuarto, pues,
quise entrar esta mañana
--aquí la lengua enmudece,
aquí el aliento me falta--
veo de funesta sangre
teñida toda la cama,
toda la ropa cubierta,
y que en ella, ¡ay Dios!, estaba
Mencía, que se había muerto
esta noche desangrada.
Ya se ve cuán fácilmente
una venda se desata.
¿Pero para qué presumo
reducir hoy a palabras
tan lastimosas desdichas?
Vuelve a esta parte la cara,
y verás sangriento el sol,
verás la luna eclipsada,
deslucidas las estrellas,
y las esferas borradas;
y verás a la hermosura
más triste y más desdichada,
que por darme mayor muerte,
no me ha dejado sin alma.
Descubre a doña MENCÍA, en una cama,
desangrada
REY: ¡Notable sujeto! (Aquí Aparte
la prudencia es de importancia;
mucho en reportarme haré.
Tomó notable venganza).
Cubrid ese horror que asombra,
ese prodigio que espanta,
espectáculo que admira,
símbolo de la desgracia.
Gutierre, menester es
consuelo; y porque le haya
en pérdida que es tan grande
con otra tanta ganancia,
dadle la mano a Leonor;
que es tiempo que satisfaga
vuestro valor lo que debe,
y yo cumpla la palabra
de volver en la ocasión
por su valor y su fama.
GUTIERRE: Señor, si de tanto fuego
aún las cenizas se hallan
calientes, dadme lugar
para que llore mis ansias.
¿No queréis que escarmentado
quede?
REY: Esto ha de ser, y basta.
GUTIERRE: Señor, ¿queréis que otra vez,
no libre de la borrasca,
vuelva al mar? ¿Con qué disculpa?
REY; Con que vuestro rey lo manda.
GUTIERRE: Señor, escuchad aparte
disculpas.
REY: Son excusadas.
¿Cuáles son?
GUTIERRE: ¿Si vuelvo a verme
en desdichas tan extrañas,
que de noche halle embozado [ Pobierz całość w formacie PDF ]