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más frecuencia, con Máximo Sabatievich, cuya alma
no parece que ha encontrado todavía reposo.
En varias noches sucesivas me contó la historia
de mi padre. Era hijo de un soldado, que había
ascendido a oficial, y que después fue desterrado a
Siberia por su exagerado rigor con sus subordinados.
Allá, en Siberia, no sé en qué punto, nació mi padre.
No lo pasaba bien en la casa, y ya de niño se escapó
varias veces, huyendo de la crueldad paterna; una
vez, mi abuelo le persiguió con perros, como si fuera
una liebre, y en otra ocasión, al encontrarlo, le pegó
tan despiadadamente, que los vecinos tuvieron que
quitarle al chico para salvarlo de su furia.
-Entonces, ¿es que a los niños pequeños les
pegan siem-pre? -pregunté yo; y mi abuela me
contestó con toda calma:
-Claro que sí, siempre.
La madre de mi padre había muerto pronto, y
cuando él tenía nueve años murió también mi
abuelo, y mi padre se fue can su padrino; era un
ebanista de Pera, que lo destinó a su oficio y lo
inscribió en su gremio. Pero mi padre se escapó,
anduvo como lazarillo de ciego por las ferias y
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D Í A S D E I N F A N C I A
mercados y, a los dieciséis años, se trasladó a Nijni,
donde encontró ocupación en una gran ebanistería,
que trabajaba para la Compañía de vapores
"Kolchino"... A los veinte años era ya un ebanista
fino, muy diestro, tapicero y decorador. El taller en
que trabajaba estaba cerca de las casas de mi abuelo:
-Las vallas no eran demasiado altas para un
mozo como un castillo -me refirió mi abuela,
sonriendo-. Estábamos, Varia y yo, cogiendo
frambuesas en el jardín, cuando de pronto tu padre,
¡upa!, salta por la cerca, dándome un susto terrible;
se nos acercó por entre los manzanos, con camisa
blanca y calzones de terciopelo; altísimo, descalzo,
con la cabeza al aire y una correa trenzada en el
largo cabello. Se nos presentó como pretendiente.
Yo le había visto ya antes, y cuando pasaba por
delante de la ventana pensaba siempre entre mí:
"¡Qué real mozo!". Cuando se acercó, le pregunté:
"Dime, amiguito, ¿por qué no vienes a casa por
delante, como Dios manda?". Y entonces él se puso
de rodillas y me dijo: "Aquilina Ivanovna, me
arrodillo delante de ti con toda mi alma apasionada;
ahí está Vania, tu hija: ayúdanos, por amor de Dios,
porque queremos casarnos." Me quedé como
petrificada y sentí como si se me paralizase la lengua.
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MÁ X I MO G O R K I
Miré a tu madre y vi que la muy bribona se había
escondido detrás de un manzano; estaba más
colorada que una frambuesa y no paraba de hacer
señas a tu padre, pero tenia los ojos llenos de
lágrimas. "¡Ah, chicos, chicos, dejados de la mano de
Dios!, exclamé. ¿Qué habéis fraguado? ¿Estás en tu
juicio, Bárbara? Y tú, muchacho, le dije a él, ¿has
pensado bien si no picas demasiado alto?". Porque
entonces tu abuelo era todavía hombre rico, aunque
los hijos no estaban aún acomodados; tenía cuatro
casas y mucho dinero, y como distinción de honor
había obtenido poco antes un sombrero con galón y
un uniforme, porque había sido nueve años seguidos
presidente del gremio; sí, era muy orgulloso
entonces el abuelo. Hablé, como digo, con los dos;
pero temblaba de miedo y me daba mucha lástima
de ellos, porque parecían muy sombríos y muy
desdichados. Entonces, dijo tu padre: "Sé muy bien
que Vasiil Vasilievich no me dará voluntariamente a
su hija; pero lo que haré será robarla, y tú nos
ayudarás. Eso es lo que yo te ruego." Yo me
disponía a pegarle, pero él se me anticipó
diciéndome. "Pégame si quieres, aunque sea con una
piedra; pero ayúdanos. Yo no me voy de aquí."
Entonces, Bárbara se acercó a él, le puso la mano en
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el hombro y dijo: "Estamos casados hace mucho
tiempo, desde el mes de mayo, pero ahora
necesitamos casarnos por la iglesia." Yo pensé que
me daba un ataque. ¡Cielo santo!...
La abuela se rió tanto, que le tembló todo el
cuerpo; luego, tomó un polvito, se secó las lágrimas
y prosiguió, después de un suspiro de introducción:
-Tú no puedes entender aún lo que quiere decir
eso de estar casado y no por la iglesia; de todos
modos, es una gran vergüenza para una muchacha el
tener un niño sin casarse como Dios manda. Fíjate
bien en esto que te digo, y cuando seas mayor no se
te ocurra nunca poner a una muchacha en ese apuro,
porque cometerías un pecado mortal, la chica sería
una desdichada y el niño ilegítimo. Vive prevenido,
ten compasión de las mujeres y ámalas de corazón, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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